En la antigua Rambla del Cuerno, junto al palacio de los Saavedra, pocos lograban conciliar el sueño. Al principio, fueron apenas unos murmullos que, ya entrada la noche, atraían la atención de los parroquianos hacia una de las ventanas del torreón. Luego se escucharon alaridos que, entre un juego de luces intermitentes e impropias de la época, se mezclaban con risas fantasmagóricas.
La ignorancia y el miedo pronto coincidieron en una explicación: El palacete tenía por increíble inquilino un duende. Otros creyeron recordar la triste historia de una joven que, después de ser seducida por un extranjero, quedó maldita para la eternidad. Hubo quien mantuvo que esta mujer fue emparedada en el cuerpo alto de la torre, donde su fantasma pedía a gritos la liberación.
Entre unos rumores y otros, el revuelo cundió por la ciudad hasta el extremo de que muchos perjuraban haber visto las luces y no pocos la sombra del duende cruzando por la ventana. Y la autoridad intervino.
Hubiera bastado con subir al tercer cuerpo de la torre para comprobar si aquella era la morada de un duende. Sin embargo, como era costumbre, el párroco del lugar organizó un exorcismo, ya que nadie parecía dispuesto a convencer al espectro de que aquellas no eran horas para armar escándalos, por muy condenado que estuviera.
En este punto la leyenda se bifurca. Hay quien asegura que el conjuro tuvo efecto y, al tiempo que el cura pronunciaba un amén, la luz se apagó y una paloma echó a volar desde la ventana, signo inequívoco de que el alma había sido liberada.
Otra versión sostiene que fue la paloma la que descendió, cual Espíritu Santo, para redimir a la mujer afrentada. Pero lo cierto es que nunca más se escucharon en la antigua calle más gritos que aquellos que daban los afiladores y lañadores de lebrillos con su titiritaina de cachibaches. Sin embargo, el pueblo renombró el palacio de los Saavedra como la Casa del Duende y cierto halo de misterio aún envuelve aquella esquina sombría y fresca.
Una de las primeras referencias escritas a la Torre o Casa del Duende se publicó a mediados del siglo XIX en una precursora guía turística. Alberto Sevilla, en su obra ‘Temas Murcianos’ explicará que «es uno de los edificios más interesantes de nuestra capital, no sólo por el abolengo de sus fundadores, sino por el carácter que conserva, embellecido por la fantasía popular que le atribuye la leyenda del duende».
El fundador de la casa fue Gregorio Saavedra, regidor de Murcia a mediados del siglo XVII y sobrino del célebre Diego Saavedra Fajardo. Los escudos nobiliarios adornan las fachadas del inmueble que perteneció a la misma familia durante dos siglos. En sus dependencias se instaló la Oficina de Ingenieros de Minas en 1840. Luego, fue vendido hasta pasar a manos de las Carmelitas de la Caridad, quienes abrirían en la década de los setenta el Colegio Mayor Femenino Sagrado Corazón. Desde entonces se ha mantenido el edificio ligado a este fin, hoy en manos de la Universidad de Murcia.
La construcción de un edificio al pie de la torre permitió descubrir a finales del siglo pasado los restos de unos baños árabes, datados entre los siglos XI y XIII. Se trataba de dos salas, donde aún podía apreciarse la pintura roja que las cubría. Una de ellas, en cambio, estaba muy deteriorada pues su mitad había sido demolida en el siglo XVII para levantar la propia torre.
Una profunda restauración, dirigida por el arquitecto Francisco Sánchez Medrano devolvió el esplendor al edificio y recuperó partes antiguas, como los vestíbulos o la escalera principal, encajada sobre el torreón de la leyenda. El último cuerpo de la torre, como destacara el investigador Emilio Estrella, presenta la particularidad de que es imposible acceder a él desde dentro, sino mediante otras escaleras situadas sobre la cubierta.
No es exclusiva de Murcia la figura del duende. De hecho, no hay ciudad antigua que se precie que no cuente con leyendas casi idénticas. También en el municipio existía otra casa con similar invención, en el paraje de Sangonera la Verde. En la mayoría de los casos, las supuestas apariciones tenían más carne que éter. Esto sucedió con el famoso duende de Barcelona, que resultó ser una criada, quien en sueños tenía la sorprendente facultad de ser ventrílocua.